30.8.18

Entrevista para Luis Bugarini, publicada en su blog- revista Nexos.

Luis Bugarini es escritor y crítico literario. Ha colaborado en revistas y suplementos culturales del país. Es autor de Estación Varsovia (2013).


[La tradición poética mexicana es apasionada y controvertida. Como en la mayoría de las tradiciones, es extremosa y prende los ánimos. Es un organismo vivo en permanente mutación. Pese a lo anterior, no deja de ser un susurro en las librerías, si bien cada año se publican propuestas significativas y hasta temerarias. “Actualidad de la poesía” abrirá una vía de acceso a diversas voces para asomarse a la escritura de ese género, desde la perspectiva de quienes ya lograron cierto dominio en el oficio y, por lo mismo, son las voces que sostienen el presente poético de nuestro país. Ingrid Valencia (Ciudad de México, 1983) ha publicado nueve libros de poesía: La inacabable sombra [Literalia Editores, 2008], De Nebra [La Ceibita/Conaculta, 2013], One Ticket [Trad. al francés por Odelin Salmeron, La Grenouillère/Literalia Editores, 2015], Taxidermia [Ediciones El Humo/Conaculta, 2015], Un círculo en otro sol [Trad. al inglés por Don Cellini, Ofi Press, 2016], Oscúrame que obtuvo el III Premio Internacional de Poesía “Pilar Fernández Labrador” de Salamanca, España [Diputación de Salamanca, España, 2016], Poemas [Edición de la autora, Umlaut Ediciones, 2017], Al día siguiente [en prensa] y Blue Holes [en prensa].


—¿Por qué escribir poesía?

Hay lugares distintos desde donde responder a tu pregunta. Lugares de la mirada. Lo primero que veo es un no sé, pero lo cierto es que cada día me descubro entre el porqué y el cómo escribir poemas. Descubrir es, en este caso, la palabra más parecida a lo que intento expresar –porque en la escritura hallo un punto de partida donde renuevo el sentido de lo vital. Escribir poemas provoca en mí una crisis, una decisión ante el fenómeno, como quien llega a un laboratorio a mezclar sustancias para aprender su reacción. Un poema es el sitio de las palabras devueltas, lanzadas, rotas, reconstruidas. Las reacciones semánticas tienden a la indefinición y a la complejidad, al principio. Quizá la palabra escrita sea la mayor de las dificultades, ¿cómo trasladas allí lo que tu aquí te dicta? En ese tránsito caben todas las preguntas. Estoy con frecuencia ante esa página en blanco, ante el tiempo condensado, ante cada Era que atestigua uno por uno de los derrocamientos glaciares. Traspasarlo implica el ubicarse en lo que ya sucedió y se es ingenuo, torpe ante el inminente fracaso. Cuando escribes un poema sabes que hay una conversación pendiente con el error. Me encargo de diseccionar lo anómalo, se parece a la irrupción del día después de una noche larga donde estuviste en otro lugar, soñando. Sin embargo, la poesía no es del todo un estado onírico, sucede en el cruce complicado de esa frontera, entre lo posible y lo que está lejos de ti. La poesía alivia el estar. No es una catarsis ni el aprender a nombrarse, o sí pero también otro asunto. ¿Quiénes somos? ¿Cómo te insertas en un mapa que te borra constantemente? En este fluir azaroso donde ni la ciencia ha detectado el cómo comenzamos a ser lo que somos o de dónde surgió la imperiosa necesidad de pintar cuevas, de llevar el registro pasajero de nuestros minutos contados. ¿Qué somos? ¿Qué nos trajo, qué nos arrojó a este estadio latente donde el verde y el azul son la fundación de todo origen? Colores indispuestos a conformarse, opuestos e incompatibles, o no. Y, ahí, la gente. Ese hurgar los barrotes de una jaula frente a lo semejante que te aproxima y te distancia en simultáneo. Eso que llamamos los otros y que convergen en nuestro suceder en un tiempo y espacio señalados por nuestra consistencia, por el cuerpo que se apropia de un contorno. Verde y azul. Lo cercano y lo distante. La línea. Esta circunstancia enmarca los límites de nuestra mirada. ¿Qué es lo bello? ¿En qué momento distinguimos lo bello? ¿Cuándo nos situamos frente a la distinción? Aquello que capta nuestra mirada para hacerlo verdadero. ¿Lo verdadero? ¿Qué somos sino la construcción de un futurismo que conversa con lo biológico? Eso que da fe de un presente en la búsqueda de la preservación de nuestra especie. ¿Y eso es todo? ¿Preservar la especie? ¿La especie? ¿Qué es lo humano? No hay nada más bello que el concepto de humanismo. Eso que nos permitió observar el reencuentro con lo labrado, con el después, con el día siguiente. ¿Qué sucede con la herida? ¿Dónde está la reflexión sobre lo omitido? Con lo de afuera de un pequeño rango visual. ¿Qué nos dejó la miseria de pretender un poder sobre el otro, un derrotar el pulso de lo distinto? ¿Hay un cauce para disolver lo contrario? Me enseñaron que lo opuesto es una apariencia mal entendida. Los extremos se tocan porque comparten una naturaleza. La guerra, por ejemplo, es el resultado de no aprender la contradicción simulada. La guerra es el resultado de no aprender que los signos tienden a disiparse, es la incapacidad de mirar desde cualquier sitio posible. La guerra es la pequeña edad de quien no ha aprendido a leer poesía. La poesía otorga la posibilidad de entender algo que el lenguaje convencional no alcanza –con ello me refiero a que la comunicación cotidiana es básica, pueril, egoísta, apenas rasga la superficie. Me duele la imposibilidad del insuficiente contacto. Me duele de verdad. A través de un poema uno puede tocar al otro, como en un diálogo entre sustancias. Si uno trata de explicar un poema resulta cómico e innecesario porque la poesía no se comprende en términos definitorios. La poesía es inabarcable. Imagina que te piden explicar un cuadro, es absurdo. La poesía se siente, tiene temperatura, fluye en la nevada, en el amanecer, se aferra a tu piel como la arena en los pies cuando caminas a la orilla del mar. Te ensucia, te aborda, te asfixia, te regresa, te lleva, te desaparece. Y, como verás, no es que tenga de antemano una respuesta a tu pregunta, es que la encuentro escribiendo.


—¿Cuándo sabes que el poema está terminado?

Tengo la sensación de nunca alcanzar el término de un poema, por eso continúo escribiendo. Siendo franca, si pudiera reunir todo lo escrito en un solo documento, sería visible, obvio, que tallo la misma piedra. La vida es corta. Hay poco tiempo para dar por concluida una pregunta. Una pregunta que, de cierto, es el cráter de todas las que le siguen. Es una pregunta que ni siquiera puedo fragmentar. Es una pregunta que es todas las palabras de todos los lenguajes. Sé que te diriges a mí buscando algo preciso y que es una descortesía no hacerlo. Algo tan preciso como colocar un punto final. Si uno no fuera capaz de usar los puntos finales jamás habría publicado. Pues, claro, te digo y lo sabes, se escriben palabras, se concluye un universo en ellas al filo de los márgenes de un documento, sucede en esta prueba del tránsito y de la constante confrontación con el error. Al final, uno sabe que lo inabarcable queda sumergido y estático ante la ignorancia de dar a eso un mayor significado. Se aprende del abandono, de la renuncia, de tener temple; de distinguir la materia y lo que no se ve con sus variables. Así es como vida y obra cobran forma. Uno aprende a abandonar y acepta el abandono. Las palabras están hechas con la misma sustancia cruel que plasmó el rechazo. Se aprende a rechazar las palabras, a borrarlas, tanto como los otros nos lo demuestran al concluirnos. Uno aprende a abandonar cuando es abandonado, se aquilata el dolor como una prueba casi mística en la que uno es fuerte, invaluable, superior a la domesticación cotidiana que suele nombrarnos en lo mínimo, en el despojo donde somos el desprecio de algún otro que se aleja con su danza feliz hasta borrarse. Toda esa gente que se dirige a nosotros con tanta imprudencia, a golpes, ajena a nuestro estar en el mundo, sin conocernos. Hay que borrar, llegar a los finales, asumir que puedes continuar en otra página. Eso es. Y estás ahí ante lo ya dicho que provoca un goce estético, a veces. Te das cuenta de la inminente sucesión de hechos relacionados y el asunto se resuelve de manera inesperada. Es difícil. Colocas el punto, cierras la posibilidad de seguir caminando un poema porque el lector deberá emprender su recorrido. Quizá será otra la pauta que lo jale y empuje hacia una interpretación distinta. Escribir un punto final es casi una venganza y una búsqueda de que lo cruel no sea lo definitivo, porque aun cuando el que lea no posea vínculos contigo, asisten juntos a la lubricación de una misma luz, sin importar de dónde vengan. Los límites nos hermanan, nos completan. Aunque te confieso, creo que hay algo más, en ocasiones deambulo ante la cuestión sobre si los límites de la creación literaria son los límites de la ciencia o si la ciencia son los límites de la invención literaria. Ahí, en ese gran espectro transdisciplinario, está escrito el fin de un poema, momentáneo.


—¿Se ha modificado el oficio de la poesía con los nuevos medios digitales?

No me lo parece. Aquí depende qué se entienda por oficio.


—¿Aún hay lugar para la realidad social y política del país en el discurso poético? ¿Te interesa esa vertiente del acto poético?

Confieso que no me queda clara la pregunta o que hay un poco de niebla delante. Intuyo que pretendes moverme de lugar porque… Luis, no sé si esto me lo preguntarías en la sobremesa que hemos compartido después de leer poemas juntos. En todo caso, ¿quién es el que pregunta? Sin embargo, aquí va, trataré de responder: en este preciso instante escucho una estación de radio rusa porque estudio esa lengua y practico a doble plano; hace un rato leí un fragmento de El paraíso perdido de John Milton, autor fundacional para la Constitución de los EE.UU., por la mañana fui a trabajar a la ENCRyM (Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía-INAH); al tiempo que abro el documento para avanzar en la entrevista, recreo lo que más tarde escribiré en Contrapunto –poemas que te invitaré a leer a la primera oportunidad. La realidad social y política del país es una mierda, de la mejor. Y, por supuesto, me interesa siempre. Me vinculo poco con ese concepto general, en cambio estoy aquí como quien desea una confusión menos imbécil, más elaborada, no tan sofocante. Este ejercicio político cotidiano me lleva de la mano hacia lo más utópico, lo entrópico. He conversado con miembros de movimientos sociales, colectivos, de muy diversas posturas, orígenes, nacionalidades y, a partir de ello, considero que el problema abreva de la escasa posibilidad de llevar una vida digna, ello mientras avanza la idea equivocada del progreso. ¿Recuerdas ese pasaje de Conrad en su novela Una avanzada del progreso? Están allí dos personajes debatiendo sobre si poner en su café el azúcar que hay o si usar eso para no morir después cuando sea lo último en la despensa. Termina mal. Hoy incrementa la lista de asesinatos en nombre del progreso, lista que deberíamos mirar sin subtítulos en los escaparates más sofisticados, abiertos ya al streaming global. ¿Qué hacer?, como diría Nikolái Chernyshevski. Te hablé de la guerra y de mi postura ante eso desde la poesía. La guerra es un concepto viral que transforma su significado y se mide a conveniencia. Los bloqueos y las sanciones en equipo hegemónico deberían considerarse como crímenes de lesa humanidad, porque la consecuencia de ello es la miseria y el desequilibrio de la economía de las familias. No sólo quien abre las puertas de su ejército, o de su laboratorio, y preside una matanza es un villano, también abundan los homicidas de la lenta y silenciosa provocación de la pobreza. ¿Cuál es la reacción humana ante eso? El acto poético es una reacción humana. Un hacer. Una rebelión. Pero no hay cabida para ser héroe en esta historia pues estamos atados al hambre, a la calle inmediata que dibuja tu puerta de salida a la menor provocación. Los más valientes se quedan sin amigos y mueren sin contarlo. En México, ya sabes, hay tantos periodistas muertos por buscar respuestas mientras los que administran la pobreza acarician su cartera. Es casi un mal chiste porque es una desgracia llevada al extremo, es tan básico que las personas se crezcan con el dinero… con algo tan elemental. Los que más tienen son los que menos trabajan. El poder que da el dinero es tan trivial que me faltarían muchas vidas para entenderlo. ¿Sabes? ¿Dónde está el Estado para proteger la dignidad? ¿Dónde está el Estado para evitar la explotación de quien trabaja y entrega gran parte de su vida a gente idiota? ¿Quién nos protege de esa gente, de ese aparato, ese sistema que nos extrae la vitalidad y nos ofrece migajas? Parece que uno nace y ya tiene escrita la desgracia en la frente, por equivocación, por haber llegado aquí sin privilegios o sin cumbre hereditaria. ¿Y, me preguntas, dónde están los poemas en esta circunferencia? En todas partes. Están anidados en el absurdo, en las noches que te congelan, en los pasillos de las clínicas psiquiátricas, en los versos medidos a solas en medio de la oscura infección de los insectos que te perforan, junto a las ratas que hacen ruido cuando intentas dormir, están junto a esos hombres que se masturban con estereotipos, están en la sequía, en la pelea contra gente enferma, obsesionada por pertenecer a una actualidad que les vende un ideal de belleza en sus ratos libres. Hay poemas a la defensa o la negación del silicón porque se incrustan en lo banal y en lo sublime, es el lenguaje de hombres y mujeres ciegos ya consumidos por la fragilidad. Pero los poemas también están en las moscas futuras que nos abrazarán sobre el callado susurro de la lentitud, se hospedan en el infortunio y el grito, se cuelan entre las ventanas de la risa de una tarde acompañada por quienes amas y te aman, a pesar de todo. ¿Y los poemas que escribo? ¿Me interesa la realidad social y política del país en el discurso poético? Me interesa llegar antes, quiero estar cinco minutos antes, en ese sitio nublado de significados, antes de mirar de frente al que llegará y apuntará sin conmiseración su arma a mi sien.


—¿Se benefició la poesía con las nuevas opciones para la autoedición, el libro electrónico o la proliferación de editoriales independientes? ¿O le resultó contraproducente?

Las autoediciones son la premura que nos permite leer aquello que las empresas de edición publicitaria nos niegan. Hay gente mal informada que no podría distinguir entre un buen texto de uno malo, pero la abundancia y la proliferación de escritos no son las culpables. Si llegara a la puerta de nuestra casa un camión repleto de carne podrida, no ingeriríamos ni un pedazo, ni siquiera los huesos. ¿Cómo lo aprendimos?


—¿Qué has encontrado en la poesía que no tienen otros géneros literarios?

La lentitud. Despacio porque voy con prisa, así dicen. La poesía está en cada uno de los géneros literarios. Sin ella no hay literatura. ¿Por qué no escribo una novela, un cuento, una obra de teatro…? Porque necesitaría varias vidas para lograrlo. La mitad del día se me va en pagar la renta y conseguir dinero para comer. Es cierto, privilegio la escritura de poemas porque hacerlo me aproxima más a lo que soy. A veces, pienso en los que no tienen tiempo para leer poemas y los comprendo. La poesía consume más de lo que uno estaría dispuesto a dar. Las personas están predispuestas a dar poco. Te lo dice alguien que ha dejado todo por eso, soy un kamikaze que ya se dio por caído. Me doy risa porque es un asunto tan íntimo, tan secreto, tan incompatible con lo cotidiano, que no funciona con lo demás. Elegir la poesía es como darse un tiro de antemano, sabes que su lectura y entendimiento será tan lento que ya no estarás en este mundo para ver el rostro de quien te leerá, si es que alguien lo hace. No importa lo que suceda después porque cuando uno escribe poemas un otro lugar se alivia y basta. Puedes lanzarlo, alcanzar la inscripción pública, leerlo ante varios, que son muy pocos casi siempre, y sentirte como un payaso que está leyendo sus parlamentos verdaderos ante la nulidad. Uno se acostumbra a los bostezos ajenos. Leer poemas es la demostración constante de lo lejos que se está de ese horizonte sublime, imaginado. Aunque, a veces, sí ha sucedido lo opuesto, entonces logro constatar que el tacto del lenguaje nos despierta a lo mutuo.


—En la actualidad, ¿cuáles son los poetas que frecuentas?

Me complace esta siguiente pregunta porque, en efecto, cuando lees tus poemas a los amigos poetas, que disfrutan la complejidad porque allí habitan, descubres que no estás tan solo dentro de una esfera hipotética. Frecuento a los poetas que han aprendido a escuchar; evidentemente, me refiero a los vivos, con los que lloras y te llevan al límite de las palabras en estados alterados; pero también están los otros poetas, los muertos, los que hallé en alguna página de cualquier libro, de cualquier época. Me hablan como si estuvieran aquí, soltando la noche a través de sus hallazgos. Hurgo en mi biblioteca como si quisiera encontrar una fuente desangrada que disipe el dolor en la complicidad. Y es tan triste darse cuenta de que ellos ya no están, sólo están sus versos plasmados en hojas que se pudren dulcemente. Palabras tan valiosas que costaron la afrenta, el desequilibro fugaz e incomprendido entre los suyos. Saber que se murieron, que no los verás jamás sostener un vaso de vino para brindar contigo la condena de persuadir con trampa la dura estampida cotidiana que nos obliga a ser quienes no somos. En fin, ¿cuál era la pregunta? Frecuento a los entrenados en el deshacerse.


—¿Por qué elegir una escritura de escritura interiorizada, casi mística? 

Porque es lo único que tengo. No poseo, en este momento, la persuasión para comprender del todo tu pregunta. Tal vez te refieras a otra cosa, muy distinta a la que ocurre ahora, ¿elijo una escritura de escritura interiorizada, casi mística? Es decir, ¿tu pregunta define mi forma de escribir?, ¿esta pregunta es la respuesta a eso? Estoy adentrándome, pisando, trayendo y esforzándome por acercarme a la escritura de la escritura que mencionas. Es nítido, quizá, que lo hago. Nítido para mí que leo tu cuestión y me coloca en un punto de partida donde asumo que he elegido una escritura casi mística. Si lo místico es entablar un diálogo con lo que no se ve, entonces sí. Hay una conversación constante con la geometría que traza el azar. Estoy allí, pasando mi dedo por las constelaciones de una ciudad que habito y fragmenta lo unido en la causalidad. Quizá haya un error en la interpretación. Mi propuesta poética consiste en asumir el azar consecuente. En un decir fácil: la causalidad no es un después sino un antes. El azar se mide por lo que estará roto. Quiero decir, desunido. ¿Ves? Las palabras son insuficientes y la ciencia, me parece, lo hace mejor. Cuando escribes o hablas no puedes señalar el tiempo simultáneo que las fórmulas matemáticas sí logran. Cuando Einstein escribió E=mc2 pensaba en la velocidad de la luz, ¿y qué es la luz sino el tránsito de las contradicciones? La poesía consigue disolver los límites del lenguaje para quien la escribe, pero aún tengo mis dudas sobre si se realiza cuando se la lee. Sin embargo, siendo sincera, cuando yo leo poesía se diluye ese tránsito. La metáfora consigue atraer de la oscuridad aquellos puntos de luz que parecen distantes. En esa aparente contradicción, el espacio y el tiempo son una visión de lo que vendrá. El tiempo sólo es el elemento en disputa. Los números, los fragmentos más precisos que conocemos, tienden a la armonía. El tiempo, los números y su significado existen, aunque sólo sean visibles para quien habita la semántica del azar consecuente: la poesía.


—¿Aún es posible hablar de una poesía del compromiso social? ¿Eres una poeta comprometida?

Entiendo que el concepto de una poesía del compromiso social es, hoy en día, deleznable. Y que de ahí viene tu pregunta. Quizá quieras señalarme como una poeta comprometida, aunque, a la luz de día mis poemas sólo sean sábanas blancas indescifrables sobre un inmenso oleaje en los que no pretendo lo coloquial y me sobra el código, alejándome de un entendimiento seguido del acto político como una pancarta. Mis poemas no se escriben en pancartas ni en canciones de protesta. Quizá, para los que me leen, sea confuso distinguir desde donde escribo y sea necesario definirlo. Aún no sé por qué eso sería importante. ¿Eso permitiría la entrada de próximos lectores? ¿Facilitaría la afinidad o la repulsión según mi postura con respecto a la geopolítica actual? Me cuestionas sobre si yo estoy de pie en un asunto político que nombre mis palabras y, con ello, pretenda una consecuencia. No lo pretendo del todo. Un poeta comprometido es una idea que se instauró en regímenes totalitarios, nuestro continente no los tiene, no tan evidentes. No de la manera anterior en la que era urgente cantar y salir con furia de los rincones. No del modo en el que se gestaron los movimientos artísticos para derrocar tiranías. Y ojalá no regresen. Sí abundan las democracias ganadas y administradas con publicidad y son el gancho fácil para perder de vista lo sustancial. Nuestro vecino incómodo, EE.UU., hoy se encuentra en crisis, ha gastado millones de dólares para sobreponer su poder y autorizar matanzas a nombre de la libertad porque se ha preocupado por definirla de forma conveniente, y equivocada, porque jamás aplicaría sus estándares a los barrios que lo conforman. La crisis actual de EE.UU. radica en que no saben si hacer negocios que reditúen o implementar la moral que les dicta su bien hacer en el margen moral, muy acotado, de lo que implica ser libres. Ambos lados en extremo no resuelven el bien vivir con dignidad. Pienso que la noción de poseer se ha dislocado tanto que el dinero se ha sintetizado, sistémicamente, en un error. El comercio justo es la utopía que nos dará el beneficio de recibir lo que corresponde. Me gustaría ver la realización de acuerdos financieros, en lo local y a gran escala, tomando como principio el comercio justo. Tenemos el privilegio de observar el cataclismo de un sistema que, como el ouroboros, comerá de su cola-cabeza hasta masticarse y defecar por la mirada todo aquello que le fue imposible distinguir. Mis poemas de protesta sí se cantan, pero lo hacen desde lo atonal. Casi es el ruido arrítmico que se vuelve quieto cuando todos los cristales se han roto, mostrando su separación para dialogar a través de su distancia antes de caer al suelo.


—La violencia se instala en la conversación diaria, incluso en su vertiente más radical. ¿Qué puede encontrar el lector preocupado por la situación actual del país en tu poesía? ¿Piensas en los lectores al abordar tu escritura?

Vengo de la violencia, soy quien camina por una ciudad que se le parece. Aunque no viva en el cuchillo nocturno, amenazante, de un ladrón que eligió trepar las venas ajenas, traigo en mí el ardor de un corte profundo que toma baños de sol aún en la imposibilidad de cicatrizar. Me reconozco, a los treinta y cinco años con una madre que siempre está en el reclamo por no ser yo quien quiso y un padre que nunca fue porque tiene miedo, todavía, de aceptar su paternidad. Avanzo con la familia que tuve y adopté en el camino. Así que, por fortuna, ya nadie conmigo tiene la obligación de amar. Mi conversación con la violencia se convirtió en el agua con la que enjuago mi rostro cada mañana. Me despierto con ello y, aún así, leo los diarios y pregunto sobre la posibilidad de hallar un techo a salvo de ella. Los recuerdos y lo que viene de ellos en el futuro se mezclan con los rostros cotidianos atados a mi satisfacción de construir ramas dentro de árboles inventados donde la sed se beba de otros labios para aliviar el desastre. La mesa está puesta, extendida para mí y los que vienen conmigo como una llaga que me salva para no estar tan a solas cuando respiro.


—Has escrito nueve libros de poesía. ¿Cuál ha sido la respuesta de tus lectores?

No sé qué encuentran los lectores en mis poemas. Intento un diálogo presente, aunque sólo me vea en las canciones futuras o en el hoy donde la mancha es imprecisa. Intento y apuesto por cada llanto porque los días se hunden y su moho de estanque recubre otros síntomas. Casi místicos. Síntomas que me devuelven entera y fortalecida. Porque no son los hechos en sí sino las significaciones, no es lo que ha sucedido sino el cómo lo observamos después. ¿Los lectores? Sí pienso en quienes me leen, son parte de esta curva que recorro a diario. Hay una curva y se llama catenaria. ¿La conoces? La catenaria es el error geométrico de un peso inexplicable donde el movimiento puede variar y ocasionar catástrofes. Una catenaria en la carretera puede ser el error que provoque el abismo. Algunos poemas que escribo son esa catenaria.

Link a la entrevista:  https://asidero.nexos.com.mx/?p=3816


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