Luis Bugarini es escritor y crítico literario. Ha colaborado en revistas
y suplementos culturales del país. Es autor de Estación Varsovia (2013).
[La tradición poética mexicana es apasionada y controvertida. Como en la
mayoría de las tradiciones, es extremosa y prende los ánimos. Es un
organismo vivo en permanente mutación. Pese a lo anterior, no deja de
ser un susurro en las librerías, si bien cada año se publican propuestas
significativas y hasta temerarias. “Actualidad de la poesía” abrirá una
vía de acceso a diversas voces para asomarse a la escritura de ese
género, desde la perspectiva de quienes ya lograron cierto dominio en el
oficio y, por lo mismo, son las voces que sostienen el presente poético
de nuestro país. Ingrid Valencia (Ciudad de México, 1983) ha publicado
nueve libros de poesía: La inacabable sombra [Literalia Editores, 2008], De Nebra [La Ceibita/Conaculta, 2013], One Ticket [Trad. al francés por Odelin Salmeron, La Grenouillère/Literalia Editores, 2015], Taxidermia [Ediciones El Humo/Conaculta, 2015], Un círculo en otro sol [Trad. al inglés por Don Cellini, Ofi Press, 2016], Oscúrame
que obtuvo el III Premio Internacional de Poesía “Pilar Fernández
Labrador” de Salamanca, España [Diputación de Salamanca, España, 2016], Poemas [Edición de la autora, Umlaut Ediciones, 2017], Al día siguiente [en prensa] y Blue Holes [en prensa].
—¿Por qué escribir poesía?
Hay lugares distintos desde donde responder a tu pregunta. Lugares de la mirada. Lo primero que veo es un no sé, pero lo cierto es que cada día me descubro entre el porqué y el cómo escribir poemas. Descubrir
es, en este caso, la palabra más parecida a lo que intento expresar
–porque en la escritura hallo un punto de partida donde renuevo el
sentido de lo vital. Escribir poemas provoca en mí una crisis, una
decisión ante el fenómeno, como quien llega a un laboratorio a mezclar
sustancias para aprender su reacción. Un poema es el sitio de las
palabras devueltas, lanzadas, rotas, reconstruidas. Las reacciones
semánticas tienden a la indefinición y a la complejidad, al principio.
Quizá la palabra escrita sea la mayor de las dificultades, ¿cómo
trasladas allí lo que tu aquí te dicta? En ese
tránsito caben todas las preguntas. Estoy con frecuencia ante esa página
en blanco, ante el tiempo condensado, ante cada Era que atestigua uno
por uno de los derrocamientos glaciares. Traspasarlo implica el ubicarse
en lo que ya sucedió y se es ingenuo, torpe ante el inminente fracaso.
Cuando escribes un poema sabes que hay una conversación pendiente con el
error. Me encargo de diseccionar lo anómalo, se parece a la irrupción
del día después de una noche larga donde estuviste en otro lugar,
soñando. Sin embargo, la poesía no es del todo un estado onírico, sucede
en el cruce complicado de esa frontera, entre lo posible y lo que está
lejos de ti. La poesía alivia el estar. No es una catarsis ni el
aprender a nombrarse, o sí pero también otro asunto. ¿Quiénes somos?
¿Cómo te insertas en un mapa que te borra constantemente? En este fluir
azaroso donde ni la ciencia ha detectado el cómo comenzamos a ser lo que
somos o de dónde surgió la imperiosa necesidad de pintar cuevas, de
llevar el registro pasajero de nuestros minutos contados. ¿Qué somos?
¿Qué nos trajo, qué nos arrojó a este estadio latente donde el verde y
el azul son la fundación de todo origen? Colores indispuestos a
conformarse, opuestos e incompatibles, o no. Y, ahí, la gente. Ese
hurgar los barrotes de una jaula frente a lo semejante que te aproxima y
te distancia en simultáneo. Eso que llamamos los otros y que convergen
en nuestro suceder en un tiempo y espacio señalados por nuestra
consistencia, por el cuerpo que se apropia de un contorno. Verde y azul.
Lo cercano y lo distante. La línea. Esta circunstancia enmarca los
límites de nuestra mirada. ¿Qué es lo bello? ¿En qué momento
distinguimos lo bello? ¿Cuándo nos situamos frente a la distinción?
Aquello que capta nuestra mirada para hacerlo verdadero. ¿Lo verdadero?
¿Qué somos sino la construcción de un futurismo que conversa con lo
biológico? Eso que da fe de un presente en la búsqueda de la
preservación de nuestra especie. ¿Y eso es todo? ¿Preservar la especie?
¿La especie? ¿Qué es lo humano? No hay nada más bello que el concepto de
humanismo. Eso que nos permitió observar el reencuentro con lo
labrado, con el después, con el día siguiente. ¿Qué sucede con la
herida? ¿Dónde está la reflexión sobre lo omitido? Con lo de afuera de
un pequeño rango visual. ¿Qué nos dejó la miseria de pretender un poder
sobre el otro, un derrotar el pulso de lo distinto? ¿Hay un cauce para
disolver lo contrario? Me enseñaron que lo opuesto es una apariencia mal
entendida. Los extremos se tocan porque comparten una naturaleza. La
guerra, por ejemplo, es el resultado de no aprender la contradicción
simulada. La guerra es el resultado de no aprender que los signos
tienden a disiparse, es la incapacidad de mirar desde cualquier sitio
posible. La guerra es la pequeña edad de quien no ha aprendido a leer
poesía. La poesía otorga la posibilidad de entender algo que el lenguaje
convencional no alcanza –con ello me refiero a que la comunicación
cotidiana es básica, pueril, egoísta, apenas rasga la superficie. Me
duele la imposibilidad del insuficiente contacto. Me duele de verdad. A
través de un poema uno puede tocar al otro, como en un diálogo entre
sustancias. Si uno trata de explicar un poema resulta cómico e
innecesario porque la poesía no se comprende en términos definitorios.
La poesía es inabarcable. Imagina que te piden explicar un cuadro, es
absurdo. La poesía se siente, tiene temperatura, fluye en la nevada, en
el amanecer, se aferra a tu piel como la arena en los pies cuando
caminas a la orilla del mar. Te ensucia, te aborda, te asfixia, te
regresa, te lleva, te desaparece. Y, como verás, no es que tenga de
antemano una respuesta a tu pregunta, es que la encuentro escribiendo.
—¿Cuándo sabes que el poema está terminado?
Tengo la sensación de nunca alcanzar el término de un poema, por eso
continúo escribiendo. Siendo franca, si pudiera reunir todo lo escrito
en un solo documento, sería visible, obvio, que tallo la misma piedra.
La vida es corta. Hay poco tiempo para dar por concluida una pregunta.
Una pregunta que, de cierto, es el cráter de todas las que le siguen. Es
una pregunta que ni siquiera puedo fragmentar. Es una pregunta que es
todas las palabras de todos los lenguajes. Sé que te diriges a mí
buscando algo preciso y que es una descortesía no hacerlo. Algo tan
preciso como colocar un punto final. Si uno no fuera capaz de usar los
puntos finales jamás habría publicado. Pues, claro, te digo y lo sabes,
se escriben palabras, se concluye un universo en ellas al filo de los
márgenes de un documento, sucede en esta prueba del tránsito y de la
constante confrontación con el error. Al final, uno sabe que lo
inabarcable queda sumergido y estático ante la ignorancia de dar a eso
un mayor significado. Se aprende del abandono, de la renuncia, de tener
temple; de distinguir la materia y lo que no se ve con sus variables.
Así es como vida y obra cobran forma. Uno aprende a abandonar y acepta
el abandono. Las palabras están hechas con la misma sustancia cruel que
plasmó el rechazo. Se aprende a rechazar las palabras, a borrarlas,
tanto como los otros nos lo demuestran al concluirnos. Uno aprende a
abandonar cuando es abandonado, se aquilata el dolor como una prueba
casi mística en la que uno es fuerte, invaluable, superior a la
domesticación cotidiana que suele nombrarnos en lo mínimo, en el despojo
donde somos el desprecio de algún otro que se aleja con su danza feliz
hasta borrarse. Toda esa gente que se dirige a nosotros con tanta
imprudencia, a golpes, ajena a nuestro estar en el mundo, sin
conocernos. Hay que borrar, llegar a los finales, asumir que puedes
continuar en otra página. Eso es. Y estás ahí ante lo ya dicho que
provoca un goce estético, a veces. Te das cuenta de la inminente
sucesión de hechos relacionados y el asunto se resuelve de manera
inesperada. Es difícil. Colocas el punto, cierras la posibilidad de
seguir caminando un poema porque el lector deberá emprender su
recorrido. Quizá será otra la pauta que lo jale y empuje hacia una
interpretación distinta. Escribir un punto final es casi una venganza y
una búsqueda de que lo cruel no sea lo definitivo, porque aun cuando el
que lea no posea vínculos contigo, asisten juntos a la lubricación de
una misma luz, sin importar de dónde vengan. Los límites nos hermanan,
nos completan. Aunque te confieso, creo que hay algo más, en ocasiones
deambulo ante la cuestión sobre si los límites de la creación literaria
son los límites de la ciencia o si la ciencia son los límites de la
invención literaria. Ahí, en ese gran espectro transdisciplinario, está
escrito el fin de un poema, momentáneo.
—¿Se ha modificado el oficio de la poesía con los nuevos medios digitales?
No me lo parece. Aquí depende qué se entienda por oficio.
—¿Aún hay lugar para la realidad social y política del país en el discurso poético? ¿Te interesa esa vertiente del acto poético?
Confieso que no me queda clara la pregunta o que hay un poco de
niebla delante. Intuyo que pretendes moverme de lugar porque… Luis, no
sé si esto me lo preguntarías en la sobremesa que hemos compartido
después de leer poemas juntos. En todo caso, ¿quién es el que pregunta?
Sin embargo, aquí va, trataré de responder: en este preciso instante
escucho una estación de radio rusa porque estudio esa lengua y practico a
doble plano; hace un rato leí un fragmento de El paraíso perdido
de John Milton, autor fundacional para la Constitución de los EE.UU.,
por la mañana fui a trabajar a la ENCRyM (Escuela Nacional de
Conservación, Restauración y Museografía-INAH); al tiempo que abro el
documento para avanzar en la entrevista, recreo lo que más tarde
escribiré en Contrapunto –poemas que te invitaré a leer a la primera oportunidad. La realidad social y política del país
es una mierda, de la mejor. Y, por supuesto, me interesa siempre. Me
vinculo poco con ese concepto general, en cambio estoy aquí como quien
desea una confusión menos imbécil, más elaborada, no tan sofocante. Este
ejercicio político cotidiano me lleva de la mano hacia lo más utópico,
lo entrópico. He conversado con miembros de movimientos sociales,
colectivos, de muy diversas posturas, orígenes, nacionalidades y, a
partir de ello, considero que el problema abreva de la escasa
posibilidad de llevar una vida digna, ello mientras avanza la idea
equivocada del progreso. ¿Recuerdas ese pasaje de Conrad en su novela Una avanzada del progreso?
Están allí dos personajes debatiendo sobre si poner en su café el
azúcar que hay o si usar eso para no morir después cuando sea lo último
en la despensa. Termina mal. Hoy incrementa la lista de asesinatos en
nombre del progreso, lista que deberíamos mirar sin subtítulos en los
escaparates más sofisticados, abiertos ya al streaming global. ¿Qué hacer?, como diría Nikolái Chernyshevski. Te hablé de la guerra y de mi postura ante eso desde la poesía. La guerra
es un concepto viral que transforma su significado y se mide a
conveniencia. Los bloqueos y las sanciones en equipo hegemónico deberían
considerarse como crímenes de lesa humanidad, porque la consecuencia de
ello es la miseria y el desequilibrio de la economía de las familias.
No sólo quien abre las puertas de su ejército, o de su laboratorio, y
preside una matanza es un villano, también abundan los homicidas de la
lenta y silenciosa provocación de la pobreza. ¿Cuál es la reacción
humana ante eso? El acto poético es una reacción humana. Un hacer. Una
rebelión. Pero no hay cabida para ser héroe en esta historia pues
estamos atados al hambre, a la calle inmediata que dibuja tu puerta de
salida a la menor provocación. Los más valientes se quedan sin amigos y
mueren sin contarlo. En México, ya sabes, hay tantos periodistas muertos
por buscar respuestas mientras los que administran la pobreza acarician
su cartera. Es casi un mal chiste porque es una desgracia llevada al
extremo, es tan básico que las personas se crezcan con el dinero… con
algo tan elemental. Los que más tienen son los que menos trabajan. El
poder que da el dinero es tan trivial que me faltarían muchas vidas para
entenderlo. ¿Sabes? ¿Dónde está el Estado para proteger la dignidad?
¿Dónde está el Estado para evitar la explotación de quien trabaja y
entrega gran parte de su vida a gente idiota? ¿Quién nos protege de esa
gente, de ese aparato, ese sistema que nos extrae la vitalidad y nos
ofrece migajas? Parece que uno nace y ya tiene escrita la desgracia en
la frente, por equivocación, por haber llegado aquí sin privilegios o
sin cumbre hereditaria. ¿Y, me preguntas, dónde están los poemas en esta
circunferencia? En todas partes. Están anidados en el absurdo, en las
noches que te congelan, en los pasillos de las clínicas psiquiátricas,
en los versos medidos a solas en medio de la oscura infección de los
insectos que te perforan, junto a las ratas que hacen ruido cuando
intentas dormir, están junto a esos hombres que se masturban con
estereotipos, están en la sequía, en la pelea contra gente enferma,
obsesionada por pertenecer a una actualidad que les vende un ideal de
belleza en sus ratos libres. Hay poemas a la defensa o la negación del
silicón porque se incrustan en lo banal y en lo sublime, es el lenguaje
de hombres y mujeres ciegos ya consumidos por la fragilidad. Pero los
poemas también están en las moscas futuras que nos abrazarán sobre el
callado susurro de la lentitud, se hospedan en el infortunio y el grito,
se cuelan entre las ventanas de la risa de una tarde acompañada por
quienes amas y te aman, a pesar de todo. ¿Y los poemas que escribo? ¿Me
interesa la realidad social y política del país en el discurso poético? Me
interesa llegar antes, quiero estar cinco minutos antes, en ese sitio
nublado de significados, antes de mirar de frente al que llegará y
apuntará sin conmiseración su arma a mi sien.
—¿Se benefició la poesía con las nuevas opciones para la
autoedición, el libro electrónico o la proliferación de editoriales
independientes? ¿O le resultó contraproducente?
Las autoediciones son la premura que nos permite leer
aquello que las empresas de edición publicitaria nos niegan. Hay gente
mal informada que no podría distinguir entre un buen texto de uno malo,
pero la abundancia y la proliferación de escritos no son las culpables.
Si llegara a la puerta de nuestra casa un camión repleto de carne
podrida, no ingeriríamos ni un pedazo, ni siquiera los huesos. ¿Cómo lo
aprendimos?
—¿Qué has encontrado en la poesía que no tienen otros géneros literarios?
La lentitud. Despacio porque voy con prisa, así dicen. La
poesía está en cada uno de los géneros literarios. Sin ella no hay
literatura. ¿Por qué no escribo una novela, un cuento, una obra de
teatro…? Porque necesitaría varias vidas para lograrlo. La mitad del día
se me va en pagar la renta y conseguir dinero para comer. Es cierto,
privilegio la escritura de poemas porque hacerlo me aproxima más a lo
que soy. A veces, pienso en los que no tienen tiempo para leer poemas y
los comprendo. La poesía consume más de lo que uno estaría dispuesto a
dar. Las personas están predispuestas a dar poco. Te lo dice alguien que
ha dejado todo por eso, soy un kamikaze que ya se dio por
caído. Me doy risa porque es un asunto tan íntimo, tan secreto, tan
incompatible con lo cotidiano, que no funciona con lo demás. Elegir la
poesía es como darse un tiro de antemano, sabes que su lectura y
entendimiento será tan lento que ya no estarás en este mundo para ver el
rostro de quien te leerá, si es que alguien lo hace. No importa lo que
suceda después porque cuando uno escribe poemas un otro lugar se alivia y
basta. Puedes lanzarlo, alcanzar la inscripción pública, leerlo ante
varios, que son muy pocos casi siempre, y sentirte como un payaso que
está leyendo sus parlamentos verdaderos ante la nulidad. Uno se
acostumbra a los bostezos ajenos. Leer poemas es la demostración
constante de lo lejos que se está de ese horizonte sublime, imaginado.
Aunque, a veces, sí ha sucedido lo opuesto, entonces logro constatar que
el tacto del lenguaje nos despierta a lo mutuo.
—En la actualidad, ¿cuáles son los poetas que frecuentas?
Me complace esta siguiente pregunta porque, en efecto, cuando lees
tus poemas a los amigos poetas, que disfrutan la complejidad porque allí
habitan, descubres que no estás tan solo dentro de una esfera
hipotética. Frecuento a los poetas que han aprendido a escuchar;
evidentemente, me refiero a los vivos, con los que lloras y te llevan al
límite de las palabras en estados alterados; pero también están los
otros poetas, los muertos, los que hallé en alguna página de cualquier
libro, de cualquier época. Me hablan como si estuvieran aquí, soltando
la noche a través de sus hallazgos. Hurgo en mi biblioteca como si
quisiera encontrar una fuente desangrada que disipe el dolor en la
complicidad. Y es tan triste darse cuenta de que ellos ya no están, sólo
están sus versos plasmados en hojas que se pudren dulcemente. Palabras
tan valiosas que costaron la afrenta, el desequilibro fugaz e
incomprendido entre los suyos. Saber que se murieron, que no los verás
jamás sostener un vaso de vino para brindar contigo la condena de
persuadir con trampa la dura estampida cotidiana que nos obliga a ser
quienes no somos. En fin, ¿cuál era la pregunta? Frecuento a los
entrenados en el deshacerse.
—¿Por qué elegir una escritura de escritura interiorizada, casi mística?
Porque es lo único que tengo. No poseo, en este momento, la
persuasión para comprender del todo tu pregunta. Tal vez te refieras a
otra cosa, muy distinta a la que ocurre ahora, ¿elijo una escritura de escritura interiorizada, casi mística? Es
decir, ¿tu pregunta define mi forma de escribir?, ¿esta pregunta es la
respuesta a eso? Estoy adentrándome, pisando, trayendo y esforzándome
por acercarme a la escritura de la escritura que mencionas. Es nítido,
quizá, que lo hago. Nítido para mí que leo tu cuestión y me coloca en un
punto de partida donde asumo que he elegido una escritura casi mística.
Si lo místico es entablar un diálogo con lo que no se ve, entonces sí.
Hay una conversación constante con la geometría que traza el azar. Estoy
allí, pasando mi dedo por las constelaciones de una ciudad que habito y
fragmenta lo unido en la causalidad. Quizá haya un error en la
interpretación. Mi propuesta poética consiste en asumir el azar
consecuente. En un decir fácil: la causalidad no es un después sino un
antes. El azar se mide por lo que estará roto. Quiero decir, desunido.
¿Ves? Las palabras son insuficientes y la ciencia, me parece, lo hace
mejor. Cuando escribes o hablas no puedes señalar el tiempo simultáneo
que las fórmulas matemáticas sí logran. Cuando Einstein escribió E=mc2
pensaba en la velocidad de la luz, ¿y qué es la luz sino el tránsito de
las contradicciones? La poesía consigue disolver los límites del
lenguaje para quien la escribe, pero aún tengo mis dudas sobre si se
realiza cuando se la lee. Sin embargo, siendo sincera, cuando yo leo
poesía se diluye ese tránsito. La metáfora consigue atraer de la
oscuridad aquellos puntos de luz que parecen distantes. En esa aparente
contradicción, el espacio y el tiempo son una visión de lo que vendrá.
El tiempo sólo es el elemento en disputa. Los números, los fragmentos
más precisos que conocemos, tienden a la armonía. El tiempo, los números
y su significado existen, aunque sólo sean visibles para quien habita
la semántica del azar consecuente: la poesía.
—¿Aún es posible hablar de una poesía del compromiso social? ¿Eres una poeta comprometida?
Entiendo que el concepto de una poesía del compromiso social es,
hoy en día, deleznable. Y que de ahí viene tu pregunta. Quizá quieras
señalarme como una poeta comprometida, aunque, a la luz de día mis
poemas sólo sean sábanas blancas indescifrables sobre un inmenso oleaje
en los que no pretendo lo coloquial y me sobra el código, alejándome de
un entendimiento seguido del acto político como una pancarta. Mis poemas
no se escriben en pancartas ni en canciones de protesta. Quizá, para
los que me leen, sea confuso distinguir desde donde escribo y sea
necesario definirlo. Aún no sé por qué eso sería importante. ¿Eso
permitiría la entrada de próximos lectores? ¿Facilitaría la afinidad o
la repulsión según mi postura con respecto a la geopolítica actual? Me
cuestionas sobre si yo estoy de pie en un asunto político que nombre mis
palabras y, con ello, pretenda una consecuencia. No lo pretendo del
todo. Un poeta comprometido es una idea que se instauró en regímenes
totalitarios, nuestro continente no los tiene, no tan evidentes. No de
la manera anterior en la que era urgente cantar y salir con furia de los
rincones. No del modo en el que se gestaron los movimientos artísticos
para derrocar tiranías. Y ojalá no regresen. Sí abundan las democracias
ganadas y administradas con publicidad y son el gancho fácil para perder
de vista lo sustancial. Nuestro vecino incómodo, EE.UU., hoy se
encuentra en crisis, ha gastado millones de dólares para sobreponer su
poder y autorizar matanzas a nombre de la libertad porque se ha
preocupado por definirla de forma conveniente, y equivocada, porque
jamás aplicaría sus estándares a los barrios que lo conforman. La crisis
actual de EE.UU. radica en que no saben si hacer negocios que reditúen o
implementar la moral que les dicta su bien hacer en el margen moral,
muy acotado, de lo que implica ser libres. Ambos lados en extremo no
resuelven el bien vivir con dignidad. Pienso que la noción de poseer se
ha dislocado tanto que el dinero se ha sintetizado, sistémicamente, en
un error. El comercio justo es la utopía que nos dará el beneficio de
recibir lo que corresponde. Me gustaría ver la realización de acuerdos
financieros, en lo local y a gran escala, tomando como principio el
comercio justo. Tenemos el privilegio de observar el cataclismo de un
sistema que, como el ouroboros, comerá de su cola-cabeza hasta
masticarse y defecar por la mirada todo aquello que le fue imposible
distinguir. Mis poemas de protesta sí se cantan, pero lo hacen desde lo
atonal. Casi es el ruido arrítmico que se vuelve quieto cuando todos los
cristales se han roto, mostrando su separación para dialogar a través
de su distancia antes de caer al suelo.
—La violencia se instala en la conversación diaria, incluso en su
vertiente más radical. ¿Qué puede encontrar el lector preocupado por la
situación actual del país en tu poesía? ¿Piensas en los lectores al
abordar tu escritura?
Vengo de la violencia, soy quien camina por una ciudad que se le
parece. Aunque no viva en el cuchillo nocturno, amenazante, de un ladrón
que eligió trepar las venas ajenas, traigo en mí el ardor de un corte
profundo que toma baños de sol aún en la imposibilidad de cicatrizar. Me
reconozco, a los treinta y cinco años con una madre que siempre está en
el reclamo por no ser yo quien quiso y un padre que nunca fue porque
tiene miedo, todavía, de aceptar su paternidad. Avanzo con la familia
que tuve y adopté en el camino. Así que, por fortuna, ya nadie conmigo
tiene la obligación de amar. Mi conversación con la violencia se
convirtió en el agua con la que enjuago mi rostro cada mañana. Me
despierto con ello y, aún así, leo los diarios y pregunto sobre la
posibilidad de hallar un techo a salvo de ella. Los recuerdos y lo que
viene de ellos en el futuro se mezclan con los rostros cotidianos atados
a mi satisfacción de construir ramas dentro de árboles inventados donde
la sed se beba de otros labios para aliviar el desastre. La mesa está
puesta, extendida para mí y los que vienen conmigo como una llaga que me
salva para no estar tan a solas cuando respiro.
—Has escrito nueve libros de poesía. ¿Cuál ha sido la respuesta de tus lectores?
No sé qué encuentran los lectores en mis poemas. Intento un diálogo
presente, aunque sólo me vea en las canciones futuras o en el hoy donde
la mancha es imprecisa. Intento y apuesto por cada llanto porque los
días se hunden y su moho de estanque recubre otros síntomas. Casi
místicos. Síntomas que me devuelven entera y fortalecida. Porque no son
los hechos en sí sino las significaciones, no es lo que ha sucedido sino
el cómo lo observamos después. ¿Los lectores? Sí pienso en quienes me
leen, son parte de esta curva que recorro a diario. Hay una curva y se
llama catenaria. ¿La conoces? La catenaria es el error geométrico de un
peso inexplicable donde el movimiento puede variar y ocasionar
catástrofes. Una catenaria en la carretera puede ser el error que
provoque el abismo. Algunos poemas que escribo son esa catenaria.
Link a la entrevista: https://asidero.nexos.com.mx/?p=3816
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