13.4.15

De la vida contada


Sobre-vivir





Allá, I.V.





Es difícil para un hombre hablar prolongadamente sobre sí mismo sin vanidad; por consiguiente, seré breve.
Autobiografía, David Hume

Desde hace dieciocho años me siento cada noche en este sitio, miro mis dedos, los nudillos y las manos que suelto, tenso y reincorporo dentro de mi eje o espacio vital. A veces digo que escribo porque me aburro, pero no es cierto, afirmar tal cosa supone una postura indolente y es parecida a las declaraciones de la gente que expresa con ironía su más sentido pésame a las atrocidades que nos circundan.

No sé por qué lo hago y no me bastan las horas, del mismo modo que ignoro cómo ser partícipe con mi comunidad sin abrumar. Sé que la democracia no acaba en un voto quemado dentro de la urna y que, a cualquier hora, el valor de la experiencia se reduce en cenizas. Entonces creo en lo que hago, aun cuando yo esté en medio de la penumbra y a tientas.

La escritura de un poema sucede en un tiempo insospechado, no hay duración precisa del acto ni punto final. El quehacer de un poeta no es verificable. No hay certificados de autenticidad y, por tanto, no se obtiene una licencia para ejercer. Uno puede compartir la técnica, las maniobras semánticas y los tuerces de un verso, así como advertir la causa de su musicalidad en sus acentos, leer a los grandes y develar la maestría de su concepción: “Acudo porque entiendo. / Un pecho ha estallado, / una isla navega. /Abridle paso. / En mar libre navega. / El alto viento es suyo”, José Ángel Valente fue a quien escuché decir que la poesía es una indeterminación infinita. Y lo traje conmigo, lo tengo junto a Días de lectura de Marcel Proust: “Tal vez no haya días más plenamente vividos en nuestra infancia que aquellos que creímos dejar pasar sin vivirlos, aquellos que pasamos con uno de nuestros libros preferidos.”

Escribir acerca de la experiencia es tan complicado como hacer una elección de autores. Me aproximo con afecto a las autobiografías, sobre todo a las que parten de la invención desde su más primario significado: encontrar, hallar. Tal es el caso, por ejemplo, de David Hume, Paul Ricoeur o Thomas Mann, quien además publicó algunos textos acerca de la vida y obra de Richard Wagner.

Las memorias son el recuento de lecturas, afinidades y elecciones que, a la usanza del género, son vertidas con aparente espontaneidad. En ellas, es común leer una disculpa anticipada a lo que vendrá, a la falta de precisión de un recuerdo, ofrecen una pauta al lector que abordará su vida sin indulgencia. Una autobiografía, dice Paul Ricoeur, “es ante todo el relato de una vida; como toda obra narrativa es selectiva y, en tanto tal, inevitablemente sesgada.”

Tomas Mann trabajó en una compañía de seguros contra incendios y cuenta que “entre empleados que tosían acatarrados”, él copiaba formularios de pólizas y escribía a escondidas su primera novela La caída y leía, claro, para conversar consigo mismo y contar a alguien más su versión de los hechos y de lo posible.

No todos tenemos la suerte de trabajar en una compañía de seguros contra incendios, pero la noche de hoy es una noche de dieciocho años, llena de agravios y de disculpas anticipadas para ser vista desde aquí como una isla a la que se le abre paso.  Y quizás escriba un poema.



Música de pie de página: Richard Wagner: Tristán e Isolda (Por Herbert von Karajan/Berliner Philarmoniker)


Marzo, 2015.


Publicado en El Faro Cultural, Guadalajara, México, disponible en http://elfarocultural.com/2015/03/de-la-vida-contada/ 

No hay comentarios: