13.4.15

De música y criptografía






A Capossela, I. V.

 



 A mis amigos músicos



El sentido del hombre muestra semejanza con el sol que, según vemos,descubre y revela todo el globo terrestre, pero también oscurece y oculta las estrellas y el globo celeste: así el sentido descubre las cosas naturales,  pero oscurece y cierra las divinas.
Filón de Alejandría


Son las hojas que se quiebran al paso, es el viento al golpear los muros y virar hacia otro sentido o el cuerpo tibio al respirar y hacer fricción; es la provocación del sonido, el sudor, el uso del artefacto lleno de aire y la dosis de su expulsión, es la fuerza de las manos que golpean, el temblor de la garganta, la suavidad, la furia.
 ¿Aprender a tocar un instrumento provoca un cambio en la relación con lo que nos rodea o la forma de captar el entorno nos impulsa a usarlo? Los lenguajes son el vínculo y el vehículo —extrañas metáforas. La música y las palabras que harán sonar un poema se transportan al tiempo que transporta. Escribió Kobayashi Issa:
                                                        
                                                     ¿Gente? Muy poca.
                                                    Aquí cae una hoja,
                                                    allá cae otra.

Tomaré como ejemplo la criptografía. Cuando estaba en la primaria inventé un abecedario cifrado, el cual era muy simple porque se basaba en la sustitución de letras, no lo compartí con alguien sino hasta los trece años. Durante las tardes de algunos meses, escribí un diario encriptado junto con una amiga del colegio. Alguien lo descifró, lo quemó y nos expulsaron. Se hizo un escándalo.

Años después, sustituí las letras por símbolos que evocaran un sonido, de tal forma, cada palabra tenía dos lecturas: la ya conocida —la de sustitución— y la oculta, la que decía otra cosa a partir de un código acústico. La palabra “casa” se traducía por su doble en “tren”, de esta manera había dos narraciones simultáneas que implicaban un mayor esfuerzo al escribir y casi siempre resultaba un disparate.

Un amigo comentó que el proceso de este código es semejante al de la composición musical, es complejo tratar de ejemplificarlo porque es distinto cada vez. Se enuncian las particularidades, pero resulta, al menos para mí, inalcanzable hacer una descripción detallada del cómo llega uno a escribir con tal o cual impulso.

Es más sencillo partir de estructuras, nos dan la posibilidad de identificar lo distinto al imaginarlas como contenedores o recipientes que moldean al tiempo que se moldean —como en la escritura de un soneto.

Habría que indagar si este flujo entre fronteras es una regla o, en todo caso, definir lo que separa un lenguaje de otro. ¿Es estático el código binario? Es muy probable que lo sea, al menos que sea infectado y opere en la medida de otro orden. Hace poco descubrí el código de Francis Bacon, el cual toma como base los ceros y unos en la traducción de un alfabeto que, a su vez, implica una admirable síntesis  (véase link ).

Cada vez que una temática se adhiere a lo inteligible, recurro a Bachelard, quien alivia con mesura los tropiezos de una inquieta comunión, en este caso la de criptografía y los procesos de creación poética; una es determinada, la otra indeterminada, pero dentro de sus límites están abiertas a la interpretación. Él no trata la criptografía sino una cartografía de la poética, de lo que une o separa las nociones de lo interno y lo lejano, aquellos rincones inmensurables: “dentro y fuera constituyen una dialéctica de descuartizamiento y la geometría evidente de dicha dialéctica nos ciega en cuanto la aplicamos a terrenos metafóricos”, ¿habrá salida?, ¿se pueden mezclar los lenguajes para redefinirse?, ¿podemos hablar de métodos, sistemas y patrones en la creación y traducirlos mediante otros códigos?

¿Y qué tiene qué ver todo esto con la música? Leí a David Byrne, líder de la banda legendaria Talking Heads, y saltó a mi vista una afinidad extraña con relación a sus fobias y filias. Cada capítulo de su libro es un paseo por sus andanzas como músico compositor y productor, nos muestra el entramado uso de plataformas de diversas épocas hasta las formas de su representación, llevándonos incluso por los parajes de la teoría heliocéntrica, la función social de la música y las concepciones del espacio donde se ejecuta. Así habla de la arquitectura, de lo ritual y los procesos psicoacústicos. También comparte los rumores de que “la duración del CD estaba determinada por la de la Novena Sinfonía de Beethoven porque ésta era la pieza musical favorita de Norio Ohga, entonces presidente de Sony” o que la Sonata para piano de Stravinsky encaja en la cara de un disco, tal como se escriben canciones para cierta métrica.

Al igual que un músico usa como referencia el espacio donde dará un concierto para componer —o lo modifica como Wagner—, algunos poetas trazamos el andamio  que sujetará las palabras para hacerlas vibrar.


 P. D. Antes de leer a Byrne, asistí a la inauguración de la expo “Relato de una negociación“, de Francis Alÿs, en el Museo Tamayo, había unos bocetos bajo el cristal de una mesa alargada, trazos, borradores, apuntes a color, tachones y toda minucia reflexiva, después hice un recorrido un tanto fugaz pero atento a las piezas de cada serie y surgió en mí la inquietud de saber si dichos bocetos fueron elaborados con el fin de ser expuestos o formaron parte de su proceso de creación o ambos. Imagino un diálogo entre el performance, la improvisación y el guión. Cuando Byrne ahonda en la composición de la música contemporánea, a través de nuevas herramientas, escribe algo que me parece muy cercano a la explicación: “no están imitando instrumentos reales, sino lo que los instrumentos reales hacen”.

Música de pie de página: Liszt: Feux Follets, por Vladimir Sofronitsky.


Publicado en El Faro Cultural, Guadalajara, México, disponible en  http://elfarocultural.com/2015/04/de-musica-y-criptografia-sobre-vivir/

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